viernes, 27 de noviembre de 2009

Tiempo de mierda


Lluvia de mierda. Fue una lluvia de mierda. Nadie jamás creyó que pudiera suceder, pero pasó. Desde el cielo cayó mierda. De pronto oscureció y se llenó de nubes marrones, lo que llamó la atención, ya que nunca antes se habían visto nubes tan raras, y como si fueran miles de culos empezaron a largar mierda.

El primer chaparrón –si se le puede llamar así- fue en forma de soretes. Tenían el tamaño de un kiwi y eran duros como un mármol. Olían igual que el baño de un circo ambulante. Caían sobre los techos de las casas y hacía de cuenta que era un bombardeo. A los autos les abollaban la chapa y les destrozaban los vidrios. Una señora mayor que paseaba un cusquito no se pudo ocultar a tiempo y cayó desmayada de un soretazo; y un tipo que andaba en bicicleta pisó un montoncito y se desparramó en la calle. Las plantas quedaban desojadas por los soretes y cuando golpeaban el asfalto se partían en pedazos.

Por suerte la lluvia de soretes duró apenas unos minutos, no más de cinco, aunque parecieron muchos más por el desastre ocasionado. De a poco la gente tomó confianza y salió a la calle. Nadie entendía absolutamente nada. Se miraban unos a otros y no le encontraban explicación al asunto.

Cuando parecía que volvía a salir el sol y mientras los vecinos barrían la vereda amontonando soretes se vino otra vez la lluvia. Todo el mundo corría por miedo a ser golpeado por la caca dura, pero ahora caía de a chorros. Era mierda de cagadera, de cursia, de colitis. El olor causaba vómitos y desmayos. Encima el excremento contenía una sustancia ácida que corroía al instante la pintura de las casas, de los autos, agujereaba los paraguas y quemaba la piel de las personas.

Por la radio y la televisión pedían una obviedad: que no salieran de sus casas bajo ninguna circunstancia. El ácido derritió los cables de electricidad y dejó sin luz a toda la ciudad. Para colmo de males los soretes, que no habían sido juntados en su totalidad, taparon las bocas de tormenta.

La colitis celestial corría por las calles como lava volcánica. La mierda brotaba por las rejillas y se colaba por debajo de las puertas. No había manera de pararla. La ciudad se había transformado en un inodoro gigante y la gente en rehén de la mierda.

De un momento a otro la lluvia cesó. Pero pasaron varias horas hasta que se vieran almas en la calle. Barbijos, máscaras y botas de goma eran imprescindibles para salir a la vereda. Los noticieros hablaban de inundados, muertos y desaparecidos. Las pérdidas ocasionadas por el enchastre de la mierda eran millonarias.

Mientras los meteorólogos trataban de encontrar las causas analizando cielo y tierra, un grupo de niños se bañaba en el riachuelo que esta vez lucía incoloro, inodoro e insípido.